Comparación entre la "Égloga IV" de Virgilio y la "Égloga I" de Calpurnio Sículo


(Esta es la adaptación de un trabajo académico hecho por Íñigo Ovejero acerca de la Égloga IV de Virgilio y la Égloga I de Calpurnio Sículo).

En el siguiente trabajo, vamos a analizar y a comparar dos textos pertenecientes al género bucólico. El primero se trata de la «Égloga IV» de Virgilio, que tiene una gran proyección en la literatura europea de la Edad Media y el Renacimiento y en la tradición cristiana, ya que se ha interpretado como un poema mesiánico que augura el nacimiento de Cristo, mientras que la «Égloga I» de Calpurnio Sículo es menos conocida, aunque tiene influencias, fundamentalmente, en Nemesiano, poeta del siglo III, y en menor grado de Claudiano (siglo IV y V) y en algunos otros escritores de la Edad Media en adelante. 
A lo largo de este trabajo, expondremos las características más importantes de estos pasajes, procederemos a un análisis comparativo de ambos poemas y acabaremos con la conexión entre el mito de las edades hesiódico y los elementos políticos de cada autor. 
Cabe señalar la utilización de la edición de Vicente Cristóbal de Cátedra (1996) para la cuarta égloga de Virgilio y la de José Antonio Correa de Gredos (1984) para la «Égloga I» de Calpurnio Sículo.
ÉGLOGA IV de Virgilio
Musas Sicélides, cosas un poco mayores cantemos.                                                   
No a todos causan placer las florestas y bajos tarayes.
Si es que a los bosques cantamos, que sean dignos de un cónsul.
Vino por fin del poema de Cumas la edad culminante; 
larga cadena de siglos emerge en un nuevo comienzo;                                                                            5
vuelve la Virgen de nuevo y de nuevo el imperio saturnio,
ya descendencia novel desde el cielo elevado nos mandan.
Tú al niño apenas nacido (con quien la raza de hierro
comenzará a declinar, mientras surge la de oro doquiera),
casta Lucina, socorre. Tu Apolo es ya quien gobierna.                                                                           10
Y una tal gloria del tiempo, Polión, contigo, tú consul,
comenzará y avanzando vendrán los meses grandiosos.
Tú general, si quedaran vestigios de nuestras maldades, 
han de librar, anulados, de eterno temor a la tierra.
El de los dioses la vida tendrá, verá con los dioses                                                                                 15
héroes mezclados, e incluso él será computado entre aquéllos,
y regirá con las patrias virtudes el orbe aplacado.
Mas para ti como ofrendas primeras, sin ser cultivada, 
niño, la tierra dará ágiles yedras doquiera con nardos,
y colocasias mezcladas con flor del acanto risueño.                                                                                20
Solas las cabras vendrán al aprisco con ubres de leche
llenas, y no temerán al ingente león los rebaños.
Sola tu cuna, además, hará brotar lindas flores.
Sucumbirá la serpiente, y la hierba falaz del veneno
sucumbirá, y nacerá en todas partes amomo de Asiria.                                                                           25
Y cuando ya leer puedas las gestas paternas y heroicas
glorias y aprendas a bien discernir la virtud, poco a poco
se vestirán de amarillo los llanos con blandas espigas,
y colgará de zarzales silvestres la uva bermeja, 
Subsistirá, sin embargo, algún resto de vieja perfidia,
que mandará sondear con los barcos a Tetis, ciudades 
con las murallas ceñir, y arañar a la tierra con surcos.
Un nuevo Tifis entonces habrá y otra Argo que lleve
flor de los héroes; y habrá otras guerras también y de nuevo                                                                  35
enviarán contra el muro de Troya otro Aquiles grandioso.
Luego, ya cuando tu edad más madura un hombre te haga,
hasta el piloto la mar dejará y ni el pino flotante
comerciará porque toda comarca dará toda cosa. 
Ni sufrirá los rastrillos el suelo o la vid podadera;                                                                                  40
desuncirá de su yugo a los bueyes el fuerte labriego.
Ni aprenderá a disfrazarse en colores diversos la lana,      
mas el vellón mudará por los prados el propio carnero
ya en suave rojo purpúreo, ya en gualda color de azafranes.
Y la escarlata, sin más, vestirá a los corderos que pacen.                                                                     45
«Oh, siglos tales, corred», dijeron hablando a sus husos,
con el designio infalible del hado conformes, las Parcas.
¡Busca, oh, los cargos supremos (está cercano ya el tiempo),
prole querida de dioses, retoño grande de Jove!
Mira en su cóncava masa el globo del mundo que oscila,                                                                    50
los continentes y el mar y la bóveda espesa del cielo.
Mira qué alegre está todo ante el siglo que ya se avecina.
¡La última parte, quisiera, me quede de vida muy larga,
genio y menester para hacer de tus hechos memoria!
Pues en canciones ni Orfeo el de Tracia podrá superarme,                                                                  55
Lino tampoco, aunque a ambos inspiren su madre o su padre
(sea que a Orfeo Calíope y a Lino el hermoso Apolo). 
Pan, con la Arcadia por juez, si llegara a enfrentarse conmigo,
Pan, con la Arcadia por juez, tendrá que aceptar su derrota.
Niño pequeño, comienza a reír conociendo a tu madre                                                                         60
(ella aguantó largos tedios los meses que dentro te tuvo).
Niño pequeño, comienza: al que no ha sonreído a sus padres,
ni un dios lo admite a su mesa, ni diosa ninguna en su lecho.

[Traducción de Vicente Cristóbal]

Calpurnio Sículo, Égloga  1.42-74.

Órnito: «Yo Fauno, nacido del éter, protector de los montes y bosques, este porvenir profetizo a los pueblos....
Aunque el ganado todo ande errante sin que se preocupe el guarda y no quiera el pastor cerrar de noche los establos con la cancela de fresno, no acechará, sin embargo, el ladrón al redil ni desatará los ronzales de los bueyes para llevárselos. Renace la edad de oro en medio de serena paz, vuelve a la tierra el alma Temis, dejando al fin su duelo y abandono, y acompañan tiempos de felicidad al joven que ha ganado la causa en defensa de los descendientes de Julo, parientes de su madre.
Mientras este dios en persona gobierne a los pueblos, la impía Belona entregará, rendidas a la espalda, sus manos y, despojada de armas, lanzará locas dentelladas contra sus propias entrañas, y la que, poco ha, sembró el orbe todo de guerra intestina se la hará a sí misma. No plañirá ya Roma por un Filipos ni encabezará cautiva su mismo cortejo triunfal. Todas las guerras serán reducidas en la cárcel del Tártaro y hundirán su cabeza en las tinieblas, temerosas de la luz. Resplandeciente se presentará la Paz, resplandeciente no sólo en el rostro como tantas veces lo fue, cuando, sin guerra declarada, cuando, dominado el lejano enemigo a pesar de la indisciplina militar, sembró la discordia ciudadana con silencioso hierro. La Clemencia ha proscrito todas las lacras de una paz fingida y mellado la locura de las espadas. Ni el cortejo fúnebre del senado en cadenas fatigará en su tarea a los verdugos ni, mientras la cárcel está colmada, a la desgraciada curia contará con unos cuantos senadores. Habrá una tranquilidad completa que, ignorando el desenvainar de las espadas, volverá a traer al Lacio otro reinado de Saturno, otro reinado de Numa, el primero que a los ejércitos, exultantes por las matanzas y enardecidos aún por las campañas de Rómulo, les enseñó las tareas de la paz, ordenando que, acalladas las armas, en los sacrificios, no en la guerra, sonaran las trompetas. No recibirá ya el cónsul la apariencia de la sombra de un cargo que han comprado o, sumido en silencio, unos haces sin valor y una tribuna inútil, sino que, restaurada la ley, presente estará el derecho en su plenitud, haciendo volver el prístino y acostumbrado rostro del foro, y un dios mejor se llevará la época de opresión.
Alégrense los pueblos todos... ¿Veis cómo ya, por vigésima vez, resplandece de noche el cielo sereno, desplegando un cometa que irradia plácida luz? ¿Acaso esparce, como suele, de cruento fuego ambos cielos y centellea su antorcha de ardiente sangre ? Mas no fue así en tiempos cuando, desaparecido bruscamente César, a los desdichados ciudadanos anunció fatal guerra. No hay duda de que un auténtico dios con sus fuertes brazos recogerá la pesada carga de Roma tan sin sacudidas, que ni en el cambio retumbará el orbe con fragoso estruendo ni Roma considerará al difunto merecidamente entre sus penates antes de que la aurora vuelva su mirada al ocaso».

                [Trad. de J. A. Correa]

1. 1. Las Bucólicas de Virgilio
Las Bucólicas de Virgilio se caracterizan por su gran calidad literaria y su conocida influencia en la literatura occidental. Aunque los poemas virgilianos no son los primeros del género, son los versos canónicos para el género pastoril, que se extendió desde la Antigüedad hasta el S. XVIII, de los que destacan Sannazaro, Bocaccio, Garcilaso, Cervantes, Ronsard o Milton, entre otros. 
Sin duda, el género pastoril entraña un anhelo de evadirse del mundo facticio y volver a un mundo descuidado y distante, a la silua ‘bosque’, un escenario notablemente idealizado. 
A. Lista, en Cristóbal López (1996), apunta en su artículo «De la poesía pastoril» de 1840 que el auge de la poesía bucólica está causado, además de por el enriquecimiento –y la corrupción– de las naciones y su descuido de la naturaleza, por el mismo estilo poético, que describe siempre universos elevados. Nos encontramos con una civilización que progresa mediante la proliferación de la industria o la implantación de leyes, pero que, cada vez más, se aleja de la tranquilidad natural. Eso sí, no se describe tanto el día a día de un pastor de la época, sino que el poeta bucólico se remonta a la época primigenia, imagina cuáles eran los quehaceres de aquellos pastores. 

Pero también es cierto que es posible incluir elementos reales de manera directa –aunque disimuladamente y en pequeñas dosis– o por medio de alegorías, recurso muy utilizado ya por Teócrito (donde parece enmascararse en Simíquidas) y, también, en Virgilio. Sin embargo, las excesivas especulaciones de los escoliastas antiguos de las alegorías han influido a los lectores posteriores, a quienes se les ha guiado por una visión, a veces, demasiado historicista.
Algo que no deja demasiado lugar a dudas es la forma dramática de los poemas, esto es, el relato de la acción en boca de los pastores, elemento que se extiende en, prácticamente, todo el género, si bien es verdad que puede haber una forma narrativa donde solo habla el narrador o una modalidad mixta, donde confluyen la voz del escritor y la de sus personajes. El dramatismo se puede ver en forma de una especie de certamen de canto (Buc. III, V, VII y VIII) o como un enfrentamiento entre dos actitudes (Buc. I). Los personajes de Virgilio se acercan más a la comedia y al mimo que a la tragedia, fundamentalmente por su carácter vulgar, algo que le acerca mucho al mimo siciliano.
  1. Las Églogas de Calpurnio Sículo
Se trata de un autor muy desconocido ya que no nos ha llegado de él ninguna referencia en la Antigüedad de su nombre y su obra. Así pues, se extrae prácticamente toda su información biográfica de sus siete églogas: si tomamos a Coridón como el reflejo literario del autor, se piensa que fue de origen hispano (IV, 37-45) y, a pesar de que «hay quien ha bajado su cronología hasta finales del s. III, por los años del emperador Probo» (Fernández Galiano, 1984), no hay demasiadas dudas de que vivió en la época del emperador Nerón (véanse los poemas panegíricos I, IV, VII). También se deduce que Órnito y Amintas se corresponden a dos hermanos de Calpurnio Sículo, al primero «se le pretende identificar con un Calpurnio Estatura, amigo del poeta Persio» (Correa Rodríguez, 1984) y el segundo, como hermano menor, también poeta. Otro personaje que podría identificarse con alguien relacionado con Calpurnio Sículo es Melibeo, que aparece en esta égloga I y en la IV, como el protector de Coridón y, por tanto, como presunto mecenas de nuestro escritor. 
La cronología de la mayoría de las églogas no tiene una datación segura; solamente, podemos hacernos una idea de la cronología de las églogas I y VII: probablemente, la primera se sitúa en los primeros años de Nerón (a finales del 54) y la séptima, en el 57. Como dice Correa Rodríguez (1984), otra de las características más destacadas de estos poemas es «la coherencia en el mundo de los pastores, con referencias no escasas de unas bucólicas a otras», lo que ha hecho pensar que podría constituir todo el conjunto de personas, escritores o no, de la época de Nerón. 
Por último, cabe mencionar las influencias en su obra: por supuesto, la de Teócrito, el máximo representante de la poesía pastoril, la de Tibulo, Ovidio y también la de Virgilio, con el que se comparará a continuación. A su vez, Calpurnio Sículo fue muy influyente para Nemesiano (uno de los motivos por el que se barajaba su coetaneidad en el siglo III d.C.) y, en menor grado, Claudiano (ss. IV-V).

  1. Análisis de las dos obras
En primer lugar, nos encontramos con la enunciación de una profecía que augura los tiempos de ilusión: en la «Bucólica IV», encontramos a la Sibila de Cumas (v. 4) y en la «Égloga I» de Calpurnio Sículo, a Fauno. Aunque también hay elementos pastoriles, ambos se alejan de la temática bucólica; así, Virgilio hace alusión a las Musas Sicélides que inspiraron los Idilios de Teócrito, a las que, a la vez, les pide cantar temas de bastante más relevancia («cosas un poco mayores cantemos»). De esta forma, progresivamente, se van disolviendo los elementos bucólicos para pasar a temas políticos. Esto también se ve en la obra de Calpurnio Sículo, en la que Órnito lee la inscripción profética del dios de los pastores y los bosques, Fauno, elemento que dará pie al renacer de la Edad de Oro, periodo en el que los pastores estarán protegidos de cualquier hurto de sus reses. 

En lo que se refiere al contenido político, Virgilio dedica este poema a Polión, político, escritor y protector del poeta mantuano, y a Octavio Augusto, reflejado bajo la figura del puer (atribución bastante aceptada, pero que hace tiempo se discutió largamente: el hijo de Polión, el hijo de Octavio y Escribona…), quien reinaugurará la época áurea en la que gobernará el mundo Saturno. 
Por otro lado, Calpurnio Sículo dedica este poema a Nerón, al que se hace referencia en los versos 44-47 así: «y acompañan tiempos de felicidad al joven que ha ganado la causa en defensa de los descendientes de Julo, parientes de su madre», emperador, hijo adoptivo de Julio César, que subió al trono gracias a su madre, Agripina. Si comparamos las dos églogas, hay un claro paralelismo entre las dos composiciones: Virgilio habla de la «descendencia novel» (v. 7) enviada desde el cielo por parte de la Virgen (Temis, de la que hablaremos más adelante) y Saturno, por lo que Octavio será hijo de la justicia y del dios protector del campo. 
Por lo tanto, encontramos una adulación a sendos emperadores, que significa el paso de los tiempos decadentes y belicosos de la Edad de Hierro a la vuelta de una nueva Edad de Oro en donde reinará la paz. 
Como decíamos, la Edad de Oro significa la vuelta de la paz, es decir, entre los hombres no habrá conflictos, estos vivirán entre los dioses y, de este modo, volverá Temis (personificación de la justicia y el equilibrio), abandonada y dolida, después de haber sido el último personaje divino que quedaba entre unos hombres cada vez más miserables. Su viaje al cielo, en donde se convirtió en la constelación de la Virgen (paralelismo con el v. 6 de la égloga IV de Virgilio), denota lo que constituía en la Edad de Hierro este concepto: un ideal inalcanzable, ahora armónico con los nuevos tiempos. 
A continuación, se comparan los emperadores con los dioses: Octavio será el recién nacido, el nuevo Apolo, que traerá la armonía y la perfección de una nueva Edad de Oro y que hará menguar la antigua raza de hierro, por lo que es muy importante que Lucina, diosa de los alumbramientos, facilite el nacimiento de la criatura.  Octavio implantará la concordia entre los humanos y los despojará de la vanidad bélica. Además, el advenimiento de los buenos tiempos acompañará al cónsul Polión en su mandato.
Nerón, para Calpurnio Sículo, será el pacificador que obligará a deponer las armas a los ejércitos y, con ello, dará fin a la guerra (Belona), que, al detener su proliferación, se destruirá a sí misma haciéndose la guerra. Roma no volverá a ser el escenario de más guerras civiles como la Batalla de Filipos, que enfrentó a Marco Antonio y Octavio con los asesinos de Julio César, Bruto y Casio.
Señalamos también otra paralelismo entre ambos poemas con la aniquilación de las guerras: mientras que en Virgilio, la tierra se verá liberada de las fechorías que tuvieron lugar en ella, en Calpurnio Sículo serán encerradas en el infierno y no volverán a asolar el orbe, por lo que «hundirán su cabeza en las tinieblas» para no ver nunca más la Tierra, que, a partir de ahora, será gobernada por la luz de la Paz. 

Ahora pasamos en ambos poemas a la llegada de la Edad de Oro: al hilo de este último poema, la Paz –tanto el concepto en sí mismo como su personificación– volverá a brillar como en viejos tiempos, donde, aun no existiendo ninguna batalla oficialmente, la aversión se propagaba entre los ciudadanos. En Virgilio, la paz se personificará en el emperador Octavio, quien disfrutará de una vida divina junto con los demás dioses; es más, se convertirá en un nuevo dios, cuyo atributo principal será el mantenimiento de la concordia mediante su poder sobre Roma. 

Volviendo a Virgilio, observamos cómo la Edad de Oro, tal y como dice Hesíodo, se caracterizará por las cosechas espontáneas de plantas como la hiedra, símbolo de la felicidad, o el acanto, símbolo de la eternidad, recolecciones que honrarán al niño; las plantas malignas y venenosas de la Edad de Hierro «sucumbirán» ante las que formarán parte de este nuevo ciclo como el «amomo de Asiria». La abundancia de la leche de las cabras y la confirmación de que los leones no las atacarán, además de asegurar que no existirán los robos ni la apropiación de bienes porque estos serán colmados con la fertilidad de la tierra, recuerda al mito del Cíclope en el Idilio XI de Teócrito, en el que este se olvidaba de su rebaño al estar enamorado de Galatea. Continúa el catálogo de plantas y flores: la lectura y el conocimiento de las hazañas de su padre adoptivo, Julio César, la opulencia de frutos será mayor. Hasta aquí, tendríamos los primeros elementos de la Edad de Oro, que seguirán después de una digresión de cinco versos (vv. 31-36) que repasarán algunos rastros de la degradación de los hombres. 
Con Calpurnio Sículo, se hace una enumeración de todos los elementos negativos que caracterizan la guerra y que ahora desaparecerán: los incumplimientos de una «paz» decretada oficialmente y el estruendo de las espadas; gracias a la Clemencia –otra personificación de un valor como la Paz–, la paz será definitiva y las armas serán destruidas. A su vez, ni las persecuciones políticas a senadores emprendidas por Claudio, predecesor de Nerón ni la corrupción, con la compra de cargos políticos volverán a ver la luz de la realidad mientras las guerras no existan. 

El paso de la Edad de Hierro a la Edad de Oro no será repentino; aún permanecerán vestigios de la ambición desmedida de los humanos: el deseo de navegar, descubrir nuevos territorios y conquistarlos. Igual que con los semihéroes, seguirán habiendo travesías marítimas, como la de Tifis (el piloto de Argo, el barco de Jasón y los Argonautas, y guerras, como la de Troya, que harán perdurar el destino mortal de esta raza, previa a los hombres de hierro. 

Por fin con Nerón volverá la paz al Lacio como en los tiempos de Numa, el segundo rey de Roma después de Rómulo; un rey que mantuvo cerradas las puertas de Roma durante todo su reinado en señal de paz y que aplacó las armas de los soldados en tiempos de Rómulo. Como ya se ha dicho, el poder no será detentado por un cónsul corrupto cuyas atribuciones serán inmerecidas, sino que habrá un gobernante legítimo (Nerón) que volverá a dar esplendor al foro y dejará atrás los pretéritos tiempos de tiranía y hostilidad. 

También, de manera definitiva, cuando el niño Octavio crezca hasta convertirse en un hombre, retornará la Edad de Oro, un momento en que ya serán innecesarias las incursiones marítimas de los hombres de la misma forma que el comercio por esa misma vía, puesto que los campos producirán frutos por sí solos, sin necesidad de la acción humana. Tampoco la lana cambiará por sí misma de color, sino que el «carnero», andando por los prados, hará trocar el color de su lana en variedades del amarillo (de la púrpura, el «rojo púrpureo» y el gualda, propio del azafrán) y el cordero cambiará el color de su lana por una variedad del rojo: el escarlata.

Por último, llegamos a las partes finales de cada poema con el asentamiento definitivo de la Edad de Oro. En el caso de Calpurnio Sículo, el cometa que ilumina el cielo parece ser, según J.A. Correa (1984) a través de Suetonio en la Vida de los doce césares y Plinio en su Naturalis historia, la predicción de la muerte de Claudio. Precisamente, se creía que los cometas eran señales de malos presagios, pero no es así con otro astro que, para Suetonio, representa la transformación de Julio César en cometa (catasterismo) tras su muerte, que da lugar a las guerras civiles entre sus partidarios y sus conspiradores. Sin embargo, la brusquedad que desencadena este hecho no afectará a la transición de poder de Claudio a Nerón; se efectuará con serenidad, sin ningún conflicto. A la muerte de Claudio, según J.A. Correa (1984), no le seguirá su divinización hasta que Nerón tome el poder y la ejecute, que aquí se simboliza con la mirada de la aurora hacia el ocaso. 
Por otra parte, pasamos, en la «Égloga IV», a la culminación de la Edad de Oro con el beneplácito de las Parcas al destino idílico de los hombres. Los versos 48-49 presentan cierta complejidad en su interpretación, pero, según aprecia J.E. Corrales (1963), el «vástago» («retoño», en V. Cristóbal) corresponde a todos los dioses; tal y como este autor apunta, en esta nueva edad, además de que los dioses viven con los hombres, estos últimos tienen cualidades divinas, por lo que el alumbramiento de este niño representa la grandeza de la acción divina y su legado, el inmediato alcance de sus honores. La oscilación del globo terráqueo y de los elementos que lo forman (tierra, mar y aire) muestra, como dice Corrales (1963) y de acuerdo con Pitágoras, la permanencia de la paz «en razón de la permanencia del movimiento», donde esta misma continuidad demuestra la «estabilidad», esto es, la imperturbabilidad de las leyes naturales, asegurando, por consiguiente, la felicidad en todo el orbe. A partir de aquí, interviene el propio autor, quien desea vivir esta época de alborozo para publicar estos hechos y dejar constancia de ellos en el futuro. Estos testimonios tendrán forma de canto, obras que superarán la armonía de Orfeo y la genialidad de Lino, hijos de Calíope y Apolo, respectivamente; ni siquiera, Pan, el creador de la siringa (el nombre de la náyade perseguida por este dios) con la que emitía sonidos dulces será derrotado por el mismo Virgilio; a pesar de que la Arcadia, tierra de Pan y del canto pastoril, sea la jueza de este concurso, se verá obligada a dar la victoria a Virgilio por su insuperable inspiración. Llegamos a los cuatro últimos versos (vv. 60-64) con el elemento principal del poema, el puer, al que Virgilio exhorta que sonría a su madre, que sufrió los dolores propios del embarazo durante diez meses, algo que no aparece en la traducción de esta égloga de Vicente Cristóbal, pero que sí lo hace en el texto original («matri longa decem tulerunt fastidia menses», v. 61) y que hace referencia a la duración del embarazo (diez meses en vez de nueve), según el calendario romano. Los versos 62-63 han sido muy discutidos por la crítica, no solo por los problemas de transmisión textual, sino también por los dioses a los que hace   referencia, que, conforme a la opinión de José de Acosta en Martínez Ortega e Izquierdo Izquierdo (1995), se remite al «dios Genio» y a «Juno», el primero, encargado de la «educación y alimentación del niño», y la segunda, la diosa del matrimonio; así pues, si el niño no sonríe a sus padres, de origen divino, al reconocerlos, no será alimentado ni educado, ni tampoco tendrá «un matrimonio feliz», por lo que se imposibilitará el paso a la Edad de Oro.

  1. El mito de las edades del hombre y la política
Ambos poemas tienen en común la intercalación del mito de las edades y sus respectivos contextos políticos. Por ello, es fundamental conocer el relato que hace Hesíodo en sus Trabajos y Días: en primer lugar, se inicia la época áurea en la que los hombres viven con los dioses, en primer lugar, «con el corazón libre de preocupaciones»: en Calpurnio Sículo, el pastor llevará su ganado sin temor a la «miseria» del ladrón, y las cabras, en la égloga de Virgilio, no tendrán miedo del león; el Octavio pueril es el mejor ejemplo de juventud y alegría, de la lejanía e, incluso, de la inexistencia de la senectud de los hombres divinizados; estos poseerán campos «espontáneamente abundantes» y fértiles y, prueba de ello, está entre los versos 19-30 de la «Égloga IV» en los que se presenta un catálogo de vegetales simbólicos de la eternidad y la felicidad, y la muerte de las plantas venenosas, además de frutos como las espigas, la uva o las mieles; tampoco falta la gran riqueza de animales que conforman rebaños y ganados, como los bueyes, el carnero o los corderos, todos ellos elementos que, a su vez, forman parte del escenario bucólico.  

Sin embargo, las referencias a las edades inferiores del hombre no faltan en estos poemas, sobre todo, las de la Edad de Hierro. En la obra de Calpurnio Sículo, es notable la presencia de elementos negativos que caracterizaban las épocas previas a la vuelta de Temis: las guerras representadas en Belona se equiparan a la estirpe de hierro hesiódica, en donde se tendrá estima al «malhechor y al hombre violento»; la soberbia propia de la Edad de Bronce con el cortejo triunfal posterior a la guerra. Al contrario que el primero, Virgilio hace una descripción más prolongada de la ilusionante etapa, pero en los versos 31-36, existe una interrupción de esta relación con el aviso de algunos componentes negativos que persistirán de la Edad de Hierro como la maldad que entrañan las pretensiones desproporcionadas de la navegación y las ocupaciones de ciudades; también hay referencias acerca de la estirpe de los semidioses (vv. 34-36) que, como en Hesíodo, algunos de ellos morirán tras «conducirles a Troya en sus naves, sobre el inmenso abismo del mar». 

En cuanto a la política, como ya hemos dicho, el mantuano, en esta égloga, dedicó sus palabras elevadas a Octavio. Toda la obra de las Bucólicas fue escrita después de un periodo muy tenso de la historia romana, cuando se enfrentaron los republicanos fueron derrotados por los partidarios de César, comandados por Marco Antonio y Octavio, quienes ya empezaban a tener bastantes desacuerdos entre ellos. Se asignaron tierras en el norte de Italia a los soldados veteranos favorables a César, que participaron en la batalla de Filipos, hecho que afectó a ciudades como Cremona o la Mantua del propio Virgilio a quien también le perjudicaron estas medidas. No obstante, gracias a su relación con Polión, Octavio y Cornelio Galo «consiguió esquivar tal desgracia» (Cristóbal López, 1996). Precisamente, Polión fue importante tras la guerra de Perusa porque, a través de su mediación, consiguió que ambos jefes firmaran la paz de Brindisi y se diera tregua a sus hostilidades. Este hecho provocó nuevos sentimientos de esperanza de una paz definitiva y dio lugar a la égloga IV. Véase la importancia de Polión en este poema pastoril, género que gustaba al cónsul, a pesar de que escribiera un género más prestigioso como el de la tragedia (v. 2). Del papel que tiene Octavio en cuanto al advenimiento de la edad áurea y, por tanto, de su llegada al poder a través de la figura del puer se habla más arriba, en el apartado de análisis. 

Asimismo, es sabido el carácter panegírico de las Églogas de Calpurnio Sículo hacia Nerón, sobre todo, en esta primera égloga en la que, con el «joven» emperador, «protector del Senado, restaurador de la ley, que trae consigo la paz» (Correa Rodríguez, 1984), vendrán tiempos prósperos. Como vemos, también se trata de un emperador, a ojos del poeta, pacificador, destructor de la guerra, adjetivos que concuerdan con las perspectivas que tenían del mandato de Nerón y que contrastan con la percepción que tenía el poeta del anterior reinado de Claudio. Los últimos versos ratifican el elogio hacia el emperador: la visión del cometa que predice el acceso al poder de Nerón de forma sosegada, después de la muerte de su predecesor Claudio, que no será divinizado hasta que no haya un nuevo emperador y tome esta decisión. Recordemos que Nerón ascendió al poder gracias a su madre Agripina, quien, convenció a Claudio, su esposo, para que su hijo, fruto del anterior matrimonio con un noble de la vieja aristocracia, Cneo Domicio Ahenobarbo, se convirtiera en su sucesor en detrimento de Británico, vástago común de Agripina y Claudio. 





  1. Conclusión
Para acabar, solo nos queda señalar que uno de los contrastes más destacados formalmente es la mención de elementos positivos y negativos en sendas composiciones: en el poema de Virgilio se hace una exposición mucho más manifiesta de los elementos positivos de la Edad de Oro (ágiles yedras, acanto risueño, lindas flores, gestas paternas y heroicas glorias…) más que de los negativos de la Edad Hierro y, en la obra de Calpurnio Sículo, se hace mención a muchos de los elementos negativos que representaban la Edad de Hierro (impía Belona, discordia ciuadadana, paz fingida, locura de las espadas…)

Sin embargo, ambos pasajes comparten, además del género y de la clara influencia teocriteana, el componente político (si bien hablan de distintos emperadores del siglo I a.C. y del I d.C., respectivamente) de carácter panegírico y el mito de las edades del hombre para reflejar el retorno de la Edad de Oro y el abandono temporal de la Edad de Hierro y, en consecuencia, el regreso de la paz. 

6. Bibliografía

Corrales E., José Enrique (ed.) (1963). «”Égloga IV”. Traducción española de la “Égloga IV” por Miguel Antonio Caro». Ideas y Valores. Universidad Nacional: Bogotá.

Calpurnio Sículo, Tito (1984). «Bucólicas». Poesía latina pastoril, de caza y pesca. (Correa Rodríguez, José A., ed.). Gredos: Madrid. 

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