Sumergirse en la ilusión
La ilusión me conmueve y dibujo mis pensamientos en este papiro blanco con el fin de compartir con ustedes las deliberaciones que rodean mi pensamiento. Aunque no poseo el poder de saber y sentir lo que ustedes viven, puedo, sin embargo, dialogar con sus pensamientos a partir de esta humilde redacción y, también, cantar a los cuatro vientos que existo en este sueño, que brota de la indescifrable nada. Como me parece un misterio la existencia y, como consecuencia, el individuo y su creación, no deseo más que meditar sobre ello. La existencia es, probablemente, una palabra preñada de sensaciones, percepciones, conciencias, construcciones, creaciones, seres, sentimientos, colores, matices, palabras, etc. A lo largo de la historia de la humanidad, los escritores, teólogos y científicos han escrito una gran variedad de ensayos y tratados sobre la existencia. Pese a ello, sigue siendo uno de los enigmas más curiosos y extraordinarios de los seres humanos. El abismo de la existencia convive con nosotros. Cada ser en su individualidad vive su realidad, rodeado de otros elementos que capta y de los que depende y, también, rodeado de otros elementos que no capta, pero existen. Para entenderlo mejor, nos sirve el ejemplo del tiburón boreal, Somniosus microcephalus. Este animal es una especie que vive en las profundidades del mar de Groenlandia e Islandia a unos 2000 metros de profundidad. Los científicos dicen que vive en el abismo polar, correspondiente al espacio oceánico entre 4000 y 6000 metros de profundidad. Los seres humanos, con nuestras capacidades físicas solamente, no podríamos llegar a conocer estos seres que sobreviven paralelamente con nosotros. Sin embargo, gracias a los medios y los avances técnicos, hemos podido llegar a conocer este animal. Con este ejemplo, quiero referirme al hecho de que parece que existe una realidad más allá de nuestros sentidos y que, aunque creemos que es preciso la ciencia, asi como la palabra para expresar la existencia, no alcanzamos el absoluto, ni siquiera pretendemos. Dalai Lama nos dijo que «los límites de lo cognoscible son incognoscibles». Nada permite afirmar que un día nos acordaremos de lo que hemos vivido, de nuestros actos, de nuestras emociones, de los objetos que nos rodean ahora. El hecho de que no nos acordemos de nada no permite sacar la conclusión de que «no era yo, de que ahora soy un ser nuevo, único en la historia del mundo». Por esto, nada es estable, todo se descompone y se disuelve, y nuestro “yo” tan elevado en Occidente viaja por el mundo como la brisa del mar a un lugar desconocido. Puede que sean nuestros límites mentales, nuestros esquemas tradicionales o las nuevas tecnologías los que nos limitan a nuestro mundo abstracto y de los sentidos. Aún así, siempre existe algo auténtico y humano en nuestro interior que nos revuelve y nos une con la naturaleza. El sabio budista nos dice que «no tratemos de medir con palabras lo Inconmensurable, ni de sondear lo Impenetrable con la cuerda del pensamiento». Después de escuchar estas palabras, parece absurdo escribir, pero escribimos porque existimos y sobre todo, porque, permanecer en esta ilusión, a veces, maravillosa, otras veces, doliente, es incomprensible.
Cuando salto a la mar abismal y nado, mi cabeza solamente observa la superficie azul, sin embargo, cuando nos sumergimos observamos que existe un ecosistema lleno de vida y misterio.
Cuando salto a la mar abismal y nado, mi cabeza solamente observa la superficie azul, sin embargo, cuando nos sumergimos observamos que existe un ecosistema lleno de vida y misterio.
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