"El inmoralista" de André Gide

El inmoralista es la novela del escritor francés André Gide (París, 1867-1951), publicada en 1902. En esta obra de carácter autobiográfico, el autor no pretende resolver un problema, ni mucho menos optar por el triunfo o la derrota del protagonista, Michel. Gide expone en su prólogo  que «plantear bien un problema no equivale a suponerlo resuelto por adelantado». De esta forma y con su obra, Gide probablemente quiere reflejar su incertidumbre ante la vida y la  preocupación tanto moral como vital del ser humano. Él cree que no existen problemas que la obra de arte no pueda solventar. Así se narra la historia del joven Michel sin concluir de la manera acostumbrada.

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La historia comienza con una carta que remiten los tres amigos de Michel (Daniel, Denis y un redactor)  al señor D.R., Presidente del consejo, desde Sidi, el 30 de julio de 189(...), con el fin de otorgarle a Michel una ocupación. En esa carta que le envían los verdaderos amigos de Michel reside el relato de la vida de este último y su considerable cambio, tal y como escucharon Denis, Daniel y el emisor de la carta, en la terraza de su casa, desde donde se vislumbraba el infinito, al anochecer, después de recibir el «misterioso grito de alarma de Michel». Este necesita hablar con sus amigos y les pide que resistan al relato que quiere contarles.  Michel les dice que «saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre», un planteamiento que revela su ser. Michel narra a sus amigos la historia de su vida y los cambios que ha establecido durante su existencia para vivir una vida más verdadera y auténtica, pues antes solamente imitaba a los modelos griegos y, en general, a lo modelos académicos impuestos, que formalmente eran correctos y conformaban un ser, no natural, sino previamente edificado. El protagonista pertenece a la clase burguesa; se trata de un personaje educado en los valores propios de los humanistas: conoce el latín, el hebreo, el sánscrito y también, el persa y el árabe. Asimismo, ya a los veinte años era conocido entre los más eruditos hombres de ciencias y, hasta los 25 años, había transcurrido su vida entre ruinas y libros. Se casó con Marceline para contentar a su padre moribundo, pero tras el viaje de novios por los pueblos de África y tras enfermar de tuberculosis, cambió el rumbo de su vida. Al observar los cuerpos de los colegiales y la fuerza de la naturaleza de ese lugar, decidió no seguir a las obligaciones que tenía y liberarse entregándose al placer y a la belleza. Dijo lo siguiente:

«Desde entonces fue a aquél a quien pretendí descubrir: el ser auténtico, el "hombre viejo" a quien el Evangelio no quería ya más, aquel a quien todo en torno a mí, libros, maestros, padres y yo mismo habíamos tratado de suprimir en un comienzo. Ahora se me aparecía, por obra de ese peso acumulado, más borroso y difícil de descubrir pero por ello mismo tanto más útil y valioso al descubrirlo. Desprecié desde entonces a ese otro ser secundario, aprendido, que la instrucción había dibujado por encima. Era preciso liberarse de ese acumulado peso».

Después del viaje, volvió a París y se dio cuenta de que había cambiado su forma de pensamiento y su ser. Aún así, intentaba disimular imitando lo que era en el pasado. Igualmente, no renunciaba a su mujer y la estimaba. Michel no expresaba sus descubrimientos del ser, pero en Francia se encontró con Ménalque un viejo amigo con el  que se sentía identificado con su filosofía. Según este último: 

«Nadie se atreve a volver la página. Leyes de la imitación... Yo las llamo leyes del miedo. Tienen miedo de verse solos; y así es como no se ven en absoluto. Esta agorafobia moral me resulta odiosa; la creo la peor de las cobardías. Y sin embargo, es siempre a solas que se hacen los inventos. Pero ¿quién busca aquí inventar? Lo que se siente en uno de distinto, es precisamente lo que se posee de raro, lo que da a cada cual su valor… Y es eso lo que se trata de suprimir. Se imita. Y se pretende amar la vida».

La felicidad se obtiene, por lo tanto, según Gide, cuando el hombre sobrepasa la cultura impuesta y se entrega a su propia naturaleza. Michel tras sufrir la muerte de su mujer se sentía por un lado liberado, pero por otro lado, no creía ser libre. Así pues, pide ayuda a sus amigos: «A veces me parece que mi verdadera vida no ha empezado aún. Arrancadme de aquí ahora, y dadme razones de ser. Yo ya no sé encontrarlas».

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El espacio en la obra tiene un papel fundamental. La Morinière, en Lisieux y Pont-L’Evêque, donde Michel fue jefe de la explotación donde trabajaban obreros (Bocage, Charles…) que representaban el mundo grotesco, salvaje, natural. Igualmente, era un lugar para la depuración de la enfermedad de Marceline, donde había aire puro. Por otro lado, también se describe el viaje del matrimonio a Túnez, donde observó la naturaleza en su plenitud. En este sitio se recuperó él con el sol y la fuerza de la naturaleza salvaje. Se observa una contraposición de la naturaleza libre, desordenada y abierta con el orden «armónico» impuesto por la sociedad occidental y europea». Se dan dos espacios sociales diferentes: el mundo imperial o formal (Francia e Italia) y el mundo frondoso, luciente, sin límites formales. Michel, a lo largo de su historia y en la narración de sus amigos, fue desprendiéndose de ese mundo, de su enfermedad, de su «vida vacía» y, progresivamente, fue conociendo su propio ser. Sin embargo, Marceline empeoró en la salud y progresivamente fue empeorando hasta la llegada de su muerte. Michel, en esa época, sentía lo siguiente:

«Desprecio a aquellos que sólo saben reconocer la belleza ya transcrita y enteramente interpretada. El pueblo árabe tiene de admirable que vive su arte, lo canta y lo disipa de un día a otro; no lo fija jamás, no lo embalsama en obra alguna. Es la causa y el efecto de la ausencia de grandes artistas».

Por otra parte, Gide elige a un personaje principal, Michel. La novela gira en torno a su persona, su contexto y su pensamiento y sus cambios no le afectan solamente a él, sino también a las personas con las que está conectado de una forma: Marceline, Ménalque, los trabajadores de su explotación..., es decir, la composición es redonda y toda la narración recoge los más minuciosos detalles de su vida y pensamiento de una forma indirecta, ya que su historia fue redactada por su amigo en una carta como les contó Michel cuando les reunió. Los personajes también tienen una importancia por su forma de ver el mundo. Son diferentes formas de acercarse al mundo y a la existencia.

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En cuanto a la forma y el estilo de Gide, se puede decir que escribe de una manera moderada, austera y con reminiscencias a conceptos de la Antigüedad, con descripciones de lugares y ambientes acogedores y, además, añade muchos aforismos, frases y reflexiones de la Biblia, de Platón y las suyas propias, que nutren el relato dándole un tono elegante y placentero. Igualmente, la novela es el puro reflejo de la cruda o tierna realidad humana, en la que todo está unido como si de una cuerda se tratara: la belleza, la amistad, la enfermedad, la propiedad, la novedad, el deseo, la frustración, la libertad, sentimientos que, a su vez, son difícil de alcanzar en su totalidad porque desconocemos probablemente lo que son en su plenitud. Algo que parece existir porque lo deseamos pero, paralelamente, no parece que podamos conseguirlo. Él cree que ha alcanzado su ser de verdad, pero a la vez, no le encuentra sentido a su vida porque se ha desprendido de muchas cosas para obtener la supuesta libertad. Llega a un punto de la vida en el que no sabe si de verdad es libre. Solamente, sabe que se ha liberado y  recurre a sus amigos. Una historia que nos hace reflexionar sobre lo que somos y lo que deseamos ser.

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