El café con leche condensada


    Solíamos sentarnos en las butacas de color frambuesa para charlar sobre temas tan sencillo como la existencia misma. En aquel momento no nos interesaban las frases tan repetidas de Cadalso, Kant o Sócrates. Preferíamos hablar desde nuestra creatividad espontánea. Cada uno con su matiz de colo pastel, arrojaba su hipótesis. El de ojos marrones como caramelos se centraba en el microondas para explicar la existencia del ser. Según él no existía contraste alguno entre este objeto tan futurista y los seres humanos tan ancestros. "El microondas funciona con el calor y la luz. Cuando se apaga parece que se encuentra en el vacío. Los seres humanos igual, funcionamos igual, a la mañana vivimos y a la noche soñamos (si es que soñar se considera dormir)"; El de los ojos marrones más rectos mostraba un matiz menos eléctrico y se centraba más en el misterio romántico de la oscuridad. Pensaba que los muertos tenían esa luz dentro y que las momias volverían a la noche. Sin querer estaba fijándose en la necesidad de encontrar la luz en la oscuridad, o la luz oscura. En realidad no estaban tan lejos, pero cada uno a su manera intentaba dar respuesta a un tema tan cotidiano y sencillo que nutre los corazones de los poetas amorosos. Sin embargo, la musa de corazón color púrpura celeste pensaba que la realidad se era haciéndose línea hasta darse cuenta que era la misma por un lado y el otro. Se juntaba en el hecho de que era. Para hacerles entender esta idea a sus camaradas empleó las manos color crema vainilla. Con los dos dedos índice apoyados y separado en la mesa rectangular-aún sin que el camarero les trajera el café con leche condensado a cada cual- les enseñaba que el espacio que residía entre eso dos dedos era el mismo mirado de un lado y del otros y que si alargara ese espació moviendo sus dedos índice en negativo llegarían a pegarse, pues era el mismo vacío, la misma línea invisible que unía el todo con la nada. Esta parecía ser la pensadora más poética, abstracta y caleidoscópica de entre los tres decía el de los ojos color caramelo. Sin embargo, el caramelo no se dio cuenta que era él el maestro de que veía esa irradiación poética, esos rayos eléctricos del corazón de recóndito. El de los ojos marrones más rectos subvertía la situación riéndose a carcajadas medio abiertas. Su punto de vista contrastaba con lo que decía la compañera mágica. Para su rectitud y orden todo lo que ella comentaba parecía una flor que salía de su orden lógico. Le parecía gracioso y curioso que saliera tanta flor de la lógica recta. A veces su lado más rectangular le causaba cierta ansiedad a su cerebro redondo, pues no encaba el cuadro en la redondez de su cabeza. El de ojos acaramelados contaba cada vez más anécdotas de sabor chocolates negro. Con valor y dureza nos enseñaba lo más sencillo de las vida, las personas frágiles como onzas de chocolate. Su chocolate era un chocolate bastante azucarado, pues todo lo que decía tenía un gusto dulce para lo amargo que parecía ser su teoría. Era su gracia, contar lo amargo con un punto azucarado. Terminaba convenciendo al público que el microondas derretía al chocolate y que lo dejaba en el vacío oscuro para que después lo cogiéramos caliente para tomar con churros y el café con leche condensada. Que placer el del club espontáneo de creatividad natural. Unos de color beige pastel, otros de marrón bombón y de flor de púrpura. Qué interesante aquel momento terrenal. Bajo los cristales de la cafetería y al son del tren de renfe nos sentíamos como antihéroes vivos de la ciudad gris. La lluvia con sus gotas resbaladizas decoraba los cristales de la cafetería y los pasajes del retrato. Al fin llegó el camarero con los cafés y bebimos contentos después del chin chin de las pedagogías. 

CAFÉ CON AMOR DEL CHOCOLATE TERRENAL


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